sábado, 11 de abril de 2015

Fast & Furious 7 (A todo gas 7)


Es una pena que la crisis económica redujera drásticamente la moda del tunning en nuestro país. Era impagable ver a esos veinteañeros que se gastaban una fortuna en maquearse el coche para ser los tipos más molones del barrio. Era un poema verlos con sus equipos de música saturados de graves, esa música horrible, esos tubarros, esas luces de neón, esas llantas del hiperespacio y esos alerones inverosímiles. Quedaban tan extravagantes que hasta me resultaban simpáticos. Nunca he rendido culto al automóvil ni es un mundo que me apasione especialmente. Entiendo que para muchos su vehículo es una prolongación de su personalidad y tal, pero para mí es sólo un medio de transporte.

 Partiendo de este punto, creo que queda claro que no soy muy aficionado a esta saga de The fast & the furious que parecía destinada inicialmente a los aficionados al tunning y las carreras. Siempre me resultaron demasiado obvios su estética de videoclip y sus planos a cámara lenta de chicas ligeras de ropa moviendo las carnes, pero la saga me ha ido ganando con las sucesivas entregas. Estas pelis son tan conscientes de su propia falta de pretensiones que han acabado siendo una parodia de sí mismas. Esa falta de pudor las hace bastante disfrutables. Son malas y no intentan ocultarlo. Sigo sin recomendarlas cuando hablamos de buen cine, pero entiendo perfectamente su éxito y no puedo negar que son ideales para desconectar el cerebro y pasar un buen rato, sin más. Algún moderno que se cree molón por usar palabras en inglés diría que es un guilty pleasure, yo diría que son esas películas que sabes que son malas pero te entretienen a rabiar. No hay que buscarles la más mínima lógica ni coherencia a la trama, tampoco procede pedir que respeten las más elementales leyes de la física ni contengan unos diálogos decentes.

 Esta saga nació siendo una macarrada para tuneros y ha terminado siendo un puro divertimento de acción y fantasmadas. Nada que objetar, es un cine que tiene su público (cada vez más numeroso) y no hay que pedirle peras al olmo. Para ponernos transcendentales y sesudos ya tenemos otro tipo de cine.

Esta imagen resume bastante bien a la franquicia Fast & Furious
 Esta séptima entrega tuvo que superar la muerte de Paul Walker a mitad del rodaje (paradójicamente en un accidente de coche, al final va a resultar que esto del cine es una gran mentira) teniendo que modificar el guión para adaptarse a esta nueva situación. También se optó por sustituir a Walker por dos de sus hermanos en las secuencias que le faltaban por rodar. Por increíble que parezca (y gracias a los efectos digitales) la cosa ha quedado casi perfecta y la peli no se resiente sino que incluso gana enteros con el homenaje final a Walker. Si no supiéramos que Walker murió en 2013, no hubiéramos notado nada. Toda la peli es un tributo a este actor. La verdad es que el final de esta última entrega (¿alguién se cree realmente que es la última?) me resultó incluso emotivo.
 Esta séptima entrega no deja de ser más de lo mismo pero elevado a la enésima potencia. Más fantasmadas a mayor velocidad. Parece que al final esta saga ha evolucionado hasta ser una versión hasta las cejas de ácido de Misión imposible. No hay pirueta que les resulte imposible a Toretto y sus colegas. Al diablo con la gravedad y las leyes de la física. Toretto y cía no son los putos amos, son los putos dioses de la velocidad y el absurdo. Pero si Toretto ha pasado de ser un enemigo público a salvar al mundo, leñe. No existe mayor redención en el cine moderno y sin apenas mover un músculo de la cara.

 Lo del guión es una mera anécdota, una excusa para enlazar escenas espectaculares y carentes de toda lógica. No vale la pena buscarle el más mínimo sentido. ¿Informáticas con cuerpos de escándalo? ¿Terroristas africanos campando libremente en sus helicópteros por L.A.? ¿Coches que dan 300 vueltas de campana y sus pasajeros salen sin un rasguño? La verdad es que yo sigo echando de menso un poco más de verosimilitud en los guiones. Incluso tenemos un McGuffin de lo más ridículo (el ojo de Dios, ni más ni menos, que resulta ser un simple pen drive) y un villano interpretado (es un decir) por Jason Statham. Lástima que el guión sea tan zafio y no haya sabido sacar más jugo a un villano que prometía bastante y se queda en muy poco. Sigue habiendo muchas odas a la familia y se intenta enlazar con las anteriores entregas en un intento de finalizar la saga. Pero todo el tono crepuscular que despide el film (ese manido rollo de volvemos del retiro para un último golpe) no hay quien se lo crea ni a quien le importe.


 En cuanto a la dirección, James Wan es el tipo que ha insuflado nueva vida al cine de terror con éxitos como Saw, Insidious o Expediente Warren y se incorpora a esta saga dándole un giro todavía más espectacular. Wan es todo un referente del cine comercial moderno, no es que sea ningún genio pero sabe rodar y crear tensión en el espectador. Aquí se adapta a las constantes de la franquicia de forma perfecta potenciando sus puntos fuertes. Nada que objetar a su forma de rodar y el ritmo anfetamínico que imprime a las escenas de acción, era lo que todo el mundo esperaba.

 En cuanto a las actuaciones, poco que añadir, todo está como siempre. Hay mucho muro de piedra hinchado de esteroides diciendo frases lapidarias. No podemos pedirle a Vin Diesel que amplíe su limitado campo de registros ni pretender que esa mole de músculos que es The Rock se ponga a recitar a Góngora. Estos tipos saben lo que se les da bien (el gimnasio e ir de guays) y se limitan a darle al público lo que éste espera de ellos. Tampoco Michelle Rodríguez ofrece nada nuevo que no hubiéramos visto ya en su eterno personaje de macizorra mal encarada pero con corazoncito. Por cierto, casi me  parto de risa al saber que su personaje se llama Leticia Ortiz. En cuanto a Elsa Pataky, se ha cortado el pelo y sale poco.

 Lo dicho, adrenalítica despedida a Paul Walker que no defraudará a sus seguidores.



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