Danny Boyle es un director muy irregular, sus dos últimas películas estaban bastante bien (Slumdog millionaire y 127 horas) y en su obra tiene alguna otra película interesante (Sunhine, Trainspotting) pero también películas fallidas (La playa, Una historia diferente). Lamentablemente, Trance pertenece a este segundo grupo.
Esta vez Boyle se cree capaz de rejuvenecer a Hitchcock y adapartalo a nuevos tiempos, craso error. Su film parece un anfetamínico remake de Recuerda. El montaje acelerado y la música machacona funcionan a la perfección durante los primero 10 minutos en uno de esos prólogos que tan bien le salen al amigo Boyle, pero luego acaban perdiendo todo su efecto y molestan. Boyle pretende sumergir al espectador en la laberíntica mente del protagonista ofreciéndonos entrar en un arriesgado juego. Por desgracia, su juego no atrapa nunca y el laberinto que nos ofrece es un completo caos sin sentido. Los continuos giros del guión (siempre en busca de la sorpresa final) no funcionan como se pretende y la película no atrapa en casi ningún momento.
Yo no me creí en ningún momento lo de la banda de ladrones que contrata a una experta en hipnosis para que le ayude a uno de ellos a recordar dónde está el cuadro que han robado. Es una de esas premisas ridículas que es mejor no analizar. Si encima la hipnotista tiene el físico de Rosario Dawson, la cosa gana algo de interés (para el público masculino) pero pierde la poca credibilidad que le quedaba. Mejor no pensar mucho en estos thrillers psicológicos. Ya decía Hitchcock que los peores espectadores eran los que querían que todo lo visto en la pantalla fuera verosímil. Tenía razón el maestro del suspense, pero todo tiene un límite.
Pero lo peor está por llegar, el imposible triángulo amoroso entre James McAvoy, Rosario Dawson y Vincent Cassel nunca acaba de ser creíble. Boyle se pierde en la estética (muy lograda) y en el montaje desordenado (casi tanto como la mente del protagonista) pero no profundiza en las motivaciones de sus personajes, sabe que juega con las cartas marcadas y se guarda ases en la manga. Todo ello da una sensación de inverosimilitud al espectador que se va acrecentando con cada nueva vuelta de tuerca del guión (que hay unas cuantas).
Una vez más, Boyle se la juega (cosa muy encomiable) pero esta vez se estrella de lleno. Su endeble y tramposo guión no provoca el más mínimo interés en el espectador (al contrario que la Dawson).
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