Permitidme que me
explaye. Soy fan acérimo de Gary Oldman desde
que lo descubrí bajo toneladas de maquillaje en el Drácula de Bram Stoker,
esa manierista interpretación del mito vampírico que ha sido la última gran película
de Coppola.
Oldman era un joven actor inglés forjado en el teatro que daba el salto a Hollywood por la puerta grande. Oldman era capaz de desaparecer bajo la piel de sus personajes, cambiando su físico, su forma de moverse, su acento y el tono de su voz. Ya en Sid y Nancy (1986) se había transformado para interpretar a Sid Vicious hasta tal punto que casi es imposible saber si estamos viendo en pantalla al actor o al personaje real. Oldman dejó de comer para perder peso y parecerse más al escuálido Vicious, llegando a alimentarse únicamente por vía intravenosa. Oldman es un actor del método que lleva la transformación hasta sus últimas consecuencias. Como si de un nuevo Lon Chaney se tratara, Oldman transforma su físico hasta los límites de lo posible para adaptarse al personaje. Ya sea interpretando a Harvey Lee Oswald, un traficante de drogas blanco que quiere ser negro, un policía corrupto, un cazador de hombres lobo, el mismo diablo, un cura adúltero, Poncio Pilatos, Beethoven, un mago amigo de Harry Potter, un asesino a sueldo o un enano, Oldman desaparece dentro del personaje.
Oldman era un joven actor inglés forjado en el teatro que daba el salto a Hollywood por la puerta grande. Oldman era capaz de desaparecer bajo la piel de sus personajes, cambiando su físico, su forma de moverse, su acento y el tono de su voz. Ya en Sid y Nancy (1986) se había transformado para interpretar a Sid Vicious hasta tal punto que casi es imposible saber si estamos viendo en pantalla al actor o al personaje real. Oldman dejó de comer para perder peso y parecerse más al escuálido Vicious, llegando a alimentarse únicamente por vía intravenosa. Oldman es un actor del método que lleva la transformación hasta sus últimas consecuencias. Como si de un nuevo Lon Chaney se tratara, Oldman transforma su físico hasta los límites de lo posible para adaptarse al personaje. Ya sea interpretando a Harvey Lee Oswald, un traficante de drogas blanco que quiere ser negro, un policía corrupto, un cazador de hombres lobo, el mismo diablo, un cura adúltero, Poncio Pilatos, Beethoven, un mago amigo de Harry Potter, un asesino a sueldo o un enano, Oldman desaparece dentro del personaje.
Lamentablemente,
la adición al alcohol de Oldman (según sus propias declaraciones bebía dos
botellas de vodka al día) acabó pasándole factura. Reconoce no recordar algunos
rodajes en los que participó en los años 90 y 2000, como el de La letra
Escarlata (ni siquiera la escena de sexo con Demi Moore, ya es mala suerte). Su histrionismo se
acrecentó llevando a su carrera a un claro declive. Además, su ego había
crecido de forma exponencial. En Hannibal realizó
otra de sus memorables transformaciones, esta vez como el lisiado Mason Verger,
pero se negó a que su nombre apareciera en los títulos de crédito más pequeño
que los de Anthony Hopkins y Julianne Moore, por lo que fue eliminado de
los mismos. Tampoco su inestabilidad mental jugó a su favor, varios divorcios, con denuncias por malos tratos incluidas, acabaron llevándolo casi a la ruina.
Terminó aceptando auto paródicos papeles en superproducciones, casi siempre
interpretando a histriónicos villanos. Su legendaria sobreactuación se
convirtió en su mayor enemigo. Por suerte, Christopher Nolan lo recuperó para encarnar a
un comedido comisario Gordon en su trilogía sobre el hombre murciélago. Oldman
parecía recuperado de sus problemas y dispuesto a recuperar el tiempo perdido.
Estuvo a punto de ganar en 2012 el Oscar por su interpretación del espía Smiley
en El topo, no confundir con el film de
Jodorowsky, pero no pudo ser.
Ahora en
2017 todas las apuestas le apuntan como ganado gracias a su encarnación de
Winston Churchill en El instante más oscuro. Oldman
demuestra una vez más que está loco aceptando el reto de ponerse en la piel de
Chuchill. Sin embargo logra dotar a su personaje del carisma necesario, a pesar
de estar literalmente sepultado por las pesadas prótesis y el maquillaje
necesarios para una caracterización que necesitaba de 4 horas en la sala de
maquillaje. Como dato curioso cabe destacar que Oldman pretendía engordar para
alcanzar el peso de Churchill pero los médicos se lo desaconsejaron: ganar 40
kilos con casi 60 años y su historial clínico era casi un suicidio. Oldman
consiguió convencer al escultor hiper realista (ya retirado del cine) Kazuhiro Tsuji para
que le fabricara las prótesis para encarnar a Churchill. Oldman sabía que
únicamente Tsuji era
capaz de tal hazaña. Una vez más el
maquillaje se mimetiza con el actor para crear un personaje que resulta en
pantalla totalmente creíble. No se ven las uniones de las prótesis
ni se detecta ningún fallo en la caracterización, el espectador no es capaz de
discernir dónde acaba la piel del actor y dónde empieza la prótesis. Un trabajo de quitarse el sombrero que, unido a soberbio hacer de
Oldman, dan una interpretación memorable. También cabe
destacar que Oldman fumó durante el rodaje el mismo tipo de puros que fumaba
Churchill lo que le provocó una intoxicación por nicotina. Todo por el
personaje.
Dejo de
divagar. ¿Y qué tal peli? ¿Vale la pena más allá de la interpretación de
Oldman? Pues sí. El instante más oscuro es
un film correcto. No es ninguna maravilla del séptimo arte,
pero está bien escrito, bien rodado y mejor interpretado. No defraudará al
espectador que busque un aceptable drama histórico. Quien busque batallas que
se vea Dunkerque de Nolan,
que ambos films se complementan a la perfección. Por el tema, tan afín a los
gustos de la academia, seguro que le cae algún premio además del de
Oldman. Joe Wright es
un director académico versado en dramas tipo Orgullo y prejuicio o Expiación, más allá de la pasión. No es un
innovador sino más bien un buen artesano que con El instante más oscuro vuelve
a mostrarnos su buen hacer. Pero no es un genio ni un visionario. No toma
riesgos de ningún tipo, sobre todo después del batacazo que se dio con Pan, su adaptación de Peter Pan. Todo el apartado
técnico de El instante más oscuro es más que correcto, tanto la fotografía como
la dirección artística son sobresalientes. Pero todo ello no hace una gran
película. Se necesita algo más que la
mera corrección técnica para emocionar al espectador, es ahí
donde el guión de Anthony McCarten elabora
un meritorio intento de llegar a empatizar con el espectador, pero solamente lo
consigue a medias. El Churchill del guión es un anciano (contaba 65 años cuando
fue nombrado primer ministro) cascarrabias y lleno de manías propias de las
clases dirigentes pero que se hace querer. El film se hace ameno, su ritmo no
decae, pero no logra que nos emocionemos con el famoso discurso final ni que
salgamos con los ojos arrasados. Quizás tampoco lo intente, pero yo creo que
sí. A mí me recordó a films como Shakespeare
in love o El
discurso del rey: films correctos, sin más, de los que nadie se acuerda pasados
unos años.
Estamos ante
un film correcto, que no es poco con los tiempos que corren, pero no excelente.
Le falta esa intangible y volátil capacidad de emocionar al espectador. No hay
ninguna pega que ponerle, nada desentona realmente, aunque tampoco ninguna
alabanza más allá de la interpretación de Oldman y las prótesis de Tsuji.
¿Va a ganar Gary Oldman finalmente el Oscar? Ya sabemos lo que les gustan a los americanos los personajes históricos, sobre todo los de los británicos. Como si de un complejo de inferioridad se tratara, los yankis tienen tendencia a premiar interpretaciones de personajes históricos del antiguo imperio británico. Les chifla la nobleza británica. Dentro de esa categoría pondríamos incluir a Winston Churchill, quien no era de la realeza pero es un personaje histórico muy oscarizable. Lo cual me lleva a asegurar que Oldman va a ganar finalmente el Oscar a mejor actor con su soberbia interpretación del carismático primer ministro británico en El instante más oscuro. Era lo que necesitaba el bueno y reformado de Oldman.
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