Eso de estirar las sagas hasta lo inverosímil me ha parecido siempre una mala idea. Claro que en el negocio del cine no priman los intereses del público o los meramente artísticos, prima el dinero. La
saga de Jason Bourne debería haberse quedado en las tres películas originales.
Ya aquel sucedáneo de El legado de Bourne fue un film fallido. Por mucho que
ahora Matt Damon y Paul Greengrass
hayan regresado a la franquicia, la cosa no ha dado los resultados esperados. Se podría pensar que la reunión del
actor protagonista y el director principal de la franquicia vendría originada
por una buena historia, nada más lejos de la realidad.
Cierto que Greengrass sigue
siendo un maestro para las escenas de acción y las persecuciones pero todo ello
palidece si viene acompañado de un torpe guión.Una pena que entre tanto dinero
invertido no hubiera una partida para pagar un guión decente. La historia esta
vez es de lo más simplona y la excusa para sacar a Jason Bourne de su escondite
es de lo más peregrina. No hay quien se lo crea. Ahora Jason Bourne empieza a
recuperar la memoria, cómo mola, y los malos de la CIA tienen algo decir sobre
la muerte de su padre. No me digas. Para la siguiente entrega nos dirán que su
madre está viva y presa en Libia.
Mientras uno ve Jason Bourne no puede evitar que le asalte la
sensación de innecesaria secuela cogida por los pelos. Ni siquiera hay una
trama mínimamente interesante y la repetición de esquemas resulta preocupante.
Esta franquicia creó escuela hace una década dentro del cine de ación (hasta
James Bond tomó nota) pero ahora se suma al carro de la mediocridad. Una lástima.
Me podría poner quisquilloso y hablaros largo y tendido de incongruencias y casualidades difíciles de creer como qué demonios pinta un director de la
CIA en un congreso de redes sociales (lo flipo) o esos cachivaches de espías
colocados estratégicamente en stands para que los coja el protagonista o ese mismo director de la CIA que, acosado por un asesino, pide quedarse solo en su habitación. Demasiadas
casualidades que evidencian un pésimo guión que es una mera excusa para enlazar
escenas de acción. La verdad es que uno hubiera agradecido
que no se notara tanto que toman al espectador por idiota.
Lo que más me
gustó del film es la electrizante persecución en moto por Atenas, escena que,
por cierto, se rodó en Tenerife. Todo lo demás me resultó previsible y sin
sentido. Tampoco esa persecución final en Las Vegas me pareció gran cosa debido
a que han optado por la espectacularidad (o fantasmada) antes que la
verosimilitud. Las anteriores entregas resultaban (o parecían)
verosímiles, esta nueva entrega pierde toda su credibilidad en una escena final
en la que las leyes de la física dejan de tener sentido. Y no es la única
ocasión en la que ocurre.
Una vez más tenemos a buenos actores metidos en alimenticios
papeles secundarios. Tenemos a la agente colaboradora de Bourne (Julia Stiles), el implacable asesino encargado de
acabar con Bourne (esta vez interpretado por Vincent Casse), una ambigua agente de la CIA (Alicia Vikander). El villano de turno esta vez le
ha caído al bueno de Tommy Lee Jones quien, pensando en la jubilación, seguro
que ha agradecido el generoso cheque por participar en este proyecto. A Jones
se le nota distante y poco comprometido, quizás se deba a que su personaje es
un calco de los ya vistos en anteriores entregas o que, simplemente, pasaba en
moto de implicarse. Otro que está bastante pasota es Matt
Damon. No es que el tipo haya sido nunca un gran actor (por
decirlo suavemente), pero aquí está especialmente inexpresivo. Se supone que
toda la película recae sobre sus hombros pero el tipo es incapaz de transmitir
nada con su expresión. He visto enchufes más expresivos. Lo de repartir mamporros se le da mejor. Y ni siquiera
en eso está a la altura de anteriores entregas.
Supongo que los
muy fans de Jason Bourne saldrán satisfechos ya que tendrán las dosis
justas de acción pero no aporta nada que no hayamos visto y mucho mejor
narrado en otras ocasiones.
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